martes, 7 de diciembre de 2010

MANOLO SANTIAGO

MANOLO SANTIAGO



“Son ustedes benditas, más benditas, más, más,…”





Puede que hayan visto estas imágenes. Recorren varios blogs cofrades. Estamos en la calle Sor Ángela de la Cruz. Principios de los noventas. Es una amanecida clara de Semana Santa. De fondo, el canto mañanero de los vencejos, anuncio eterno de que ya vino la primavera. Es Domingo de Resurrección. Las esquinas huelen a cera. Hace una semana la calle era puro bullicio; San Juan de la Palma está cerca, Los Terceros también. Lo pregonó Caro Romero: la vida es una semana. El paso de la Sagrada Resurrección se encuentra arriado en la puerta del convento de las Hermanas de la Cruz. Frente al paso, un capataz menudo de terno oscuro. Le habla a las monjitas con palabras arrastradas, como si el cansancio le obligara a alargar las palabras. Él no cesa de repetir: “Benditas sean ustedes, palomas del Señor”. No es cansancio, es emoción. La calle escucha en silencio. La hermandad es joven pero congrega a una multitud en la puerta del convento. Por la tarde, toreará Curro, o Espartaco, o el Litri. Pero ahora, en esa calle larga y encalada, está realizando una de sus últimas faenas Manolo Santiago, capataz de capataces. El último capataz poeta, dicen algunos.

“No levanto al Señor hasta que no cantéis otra coplita”. Y las monjas ríen tímidas. Ríen como cantan. Ríen armoniosamente, sin estridencias. Ya conocen a Manolo. Él siempre les dedica algo divertido.
Manolo no se quiere marchar. Prefiere detenerse en el paladeo de las sensaciones. No se quiere marchar y llama a la madre superiora. “¿Aquí quién manda?”, ha dicho. Entre nuevas risas la madre superiora sale del grupo y se acerca al martillo del paso. Manolo se dirige a sus costaleros:”Sepan ustedes que el eco de este martillazo es subir al cielo, a la gloria”. Conversa con su cuadrilla con suavidad, con mimo, sin querer hacer daño. El eco del martillo retumba en la calle y los vencejos cruzan nerviosos el cielo.

Mientras el paso se levanta a pulso, Manolo sigue derrochando sus palabras con las monjitas. “Son ustedes benditas, más benditas, más, más,…” Y la voz se rompe con un quiebro inseguro. Lo dijimos antes, era emoción. Parece que va a estallar en un llanto incontenible pero finalmente se recompone para decir “qué bonito es creer en Dios y en su Madre Bendita”.


Y antes de que la banda ahogue sus palabras a golpe de corneta le da tiempo regalar una última perla: “Hay que morir poco a poco, no de repente”. Quizá lleve un tiempo lamentándose de que la vida sea tan condenadamente corta.


Manuel Santiago Gil nació en Sevilla el 24 de Mayo de 1930. Entra en el mundo del martillo gracias a su padre, que tenía como amigos a los Ariza, a Bejarano y a los Franco. Con Rafael Franco, en La Exaltación, se estrena Manuel como costalero.



Su gran influencia, el que marcó su estilo, fue Salvador Dorado “El Penitente”. Junto a él llamó a los pasos de La Hiniesta, El Amor, La Estrella, San Gonzalo, Las Penas, Los Estudiantes, San Benito, La Bofetá, San Bernardo, La Sed, Los Negritos, El Silencio, La Macarena, Los Gitanos, La Carretería, o El Santo Entierro, aparte de varias hermandades de gloria. En 1973 Manuel vivió junto a Salvador Dorado uno de los hitos históricos del mundo de los costaleros: la creación de la cuadrilla de hermanos costaleros de Los Estudiantes.



La Resurrección es la primera hermandad en contratarlo como capataz principal, siendo posteriormente las del Cristo de Burgos, La Paz (de él parte la expresión “Legionarios del Porvenir”), La Exaltación, Los Javieres, y fuera de Sevilla la Asunción de Cantillana, y las de gloria, San José Obrero, Inmaculado Corazón de María y Carmen de Calatrava.



Una enfermedad le fue poco a poco apartando de sus labores como capataz, que fue relegando en su hijo Antonio. Un 23 de octubre de 1997 falleció Manolo Santiago. Hoy en día su hijo Antonio y su nieto Manuel Antonio conservan el legado que heredaron del maestro y continuan llevando los pasos “siempre de frente”.


Si pasean alguna vez por la calle Alhóndiga, por Santa Catalina, busquen por El Rinconcillo la placa inaugurada en esta última cuaresma en recuerdo de Manuel Santiago Gil, capataz de capataces. Para algunos, el último capataz poeta.



José Pedro García Parejo
Manolo Santiago
09/05/09
Manolo Santiago


Adrian Antonio Ruiz Muñoz